El Arzobispo Castrense de España, Juan del Río Martín, con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que se celebra cada año el día 2 de febrero, publicó en Zenit esta interesante reflexión. Los párrafos que siguen no tienen nada de desperdicio.

Entrar hoy en “religión”, como
se decía antiguamente, es remar contracorriente. Es para gente muy centrada en
lo esencial de la fe, que no desea someterse al pensamiento único, que no se
conforma con el hedonismo placentero dominante, que tienen muy claro que los
pobres no son artículos de modas ideológicas, que han descubierto a la Iglesia
como el mayor espacio de libertad personal y comunitario, que se han enamorado
apasionadamente de la forma de vivir el Evangelio de un fundador. Ser religioso
o religiosa es optar por una forma de vida que no se cotiza, que no tiene
aplausos, en la que no hay seguridades. Sin embargo, es la manera más bella de
vivir la vida “escondida en Cristo” (Col 3,3), de ser “sal y luz del mundo” (Mt
5,13-16), de encarnar el espíritu de las Bienaventuranzas. Hay que alejar esa
idea de que los curas, frailes y monjas son “especies en vía de extinción”.
Dios no abandona a su Iglesia y cuando parece agotarse las aguas del pozo
eclesial de Europa, surgen abundantes vocaciones en países de otros
continentes. Cuando un carisma se apaga, brotan otras formas de vida
consagrada.
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